LA CIENCIA DESDE LOS RETOS QUE IMPONE EL ACEPTAR LA DIVERSIDAD



Dr. Francisco José Pacheco Silva
Universidad “Rómulo Gallegos”

La epistemología, desde su ontología, está referida a la filosofía de la ciencia y esto hace que se le considere pertinente al estudio de los criterios y fundamentos de la ciencia misma.
Desde esa consideración es permisible hablar brevemente acerca del largo y complicado proceso evolutivo de la epistemología. A lo largo de su historia, su progreso habla de una difícil transición que ha resultado del recorrer un camino plagado de obstáculos, de críticas e incertidumbres. Tanto es así, que la narrativa de esa historia permite visualizar ese tránsito tortuoso desde la concepción de aquella ciencia normativa, altamente exigente pero de cierto modo irrealista, que pretendió erguirse, a la sombra de los postulados del positivismo, como la única forma de conocer y explicar al mundo hasta que emergió aquella otra idea que llevó, desde la crítica de Popper, a incorporar nuevas reflexiones para explicar cómo debería hacerse y como debería funcionar la ciencia en la realidad.
En ese devenir dificultoso encontramos avances transformadores que abrieron paso a los estudios de las ciencias sociales y a las innovadoras epistemologías interpretativa y descriptiva. Así, en el marco de estas reflexiones, voy rememorando las posiciones asumidas por los grandes pensadores y fuertes críticos de las llamadas ciencias normativas; entre ellos: Kuhn, Lakatos y Feyerabend quienes, desde sus personales y polémicas visiones, asumieron la posibilidad de ir más allá de las cerradas convicciones e hicieron posible el pensar en una ciencia que podía hacerse de un modo distinto.
Desde esa idea, se admitió una especie de “todo puede ser aceptado”, lo cual, sin pretender conceder validez a un mal entendido “todo se vale”, negó la existencia de un método único para aproximarse a la verdad o para conocer la realidad externa desde nosotros mismos.
Surgió entonces, desde ese momento, una visión mucho más amplia y flexible, desde la cual se consideró y se valoró la capacidad intelectual del ser humano para conocer, no solo lo que es objetivo y evidente ante los ojos sino aquello que es subjetivo, no es tangible u observable y está causado, representado o expresado por juicios que dan fe de creencias, valores y prejuicios.
Visto así, se reconoce que no existe una única forma de explicar el mundo y por ende se admite que el hombre, desde su acción intelectual o de búsqueda, es capaz de afectar la realidad e incluso construir el conocimiento desde su interacción con las partes significantes de esa realidad que percibe, la cual a su vez le permite instituirse como el sujeto que busca conocer.
Ergo, en tiempos modernos, no debe admitirse una epistemología apoyada en un método único. Por el contrario, debe aceptarse que existe una amplitud del horizonte investigativo y epistemológico, lo cual me lleva a pensar sobre lo complejo del conocer, en la responsabilidad que ello implica y en lo complicado de la combinación de todos esos subprocesos intelectuales que deben conjugarse con la voluntad del hombre, a partir del momento en el cual se decide hacer ciencia.
Lo anterior habla de la necesidad de prepararse en lo intelectual y en lo científico. No puede hacerse ciencia desde la improvisación. Es preciso asumir el reto bajo la convicción de la necesidad de una ciencia que debe avanzar y progresar, lo cual sucede en su misma evolución y ello depende del accionar atinado y exitoso del ser humano.
Se hace ciencia cuando se está conciente que no toda realidad perceptible puede abordarse por igual. Así, solo es posible aceptar el hablar de un método para alcanzar el conocimiento si se amplía el horizonte del pensamiento y se conjuga el saber con la voluntad y el deseo de aproximarse a la verdad sin desatender del todo a la observación, la razón, la experimentación e incluso a la creatividad.
La pregunta que surge es: ¿existe en realidad el método científico? La respuesta debería ser un NO si entendemos que hablar del método científico representa accionar siguiendo un tradicional uno, dos, tres o si aceptamos el entenderlo desde el símil de la “receta de cocina”. Del mismo modo se responderá con un “No”, si consideramos que hablar del método científico se refiere a la necesidad imperiosa de obedecer a razones, hacer imprescindibles toda una serie de acciones o encerrarse en posiciones.
Por el contrario, la respuesta puede ser afirmativa cuando, quién pretenda involucrarse en el quehacer investigativo, se siente conciente del porqué y el para qué de lo que hace. Cuando se entiende la importancia de consustanciarse con las acciones y los hechos y existe la disposición de asumir los riesgos si es que fuese necesario romper barreras, negándose a depender permanentemente de lo que ya existe.
El hacer ciencia desde esa perspectiva de autonomía no significa ni debe entenderse como el ya conocido “todo vale”. Adquirir esa condición representa que la producción del conocimiento o la aproximación a la comprensión de la realidad, depende en gran parte del aceptar que existe una diversidad y del convencerse de la necesidad de darle libertad al ingenio, aceptando la grandeza del pensamiento humano y la maleabilidad del método científico, desde la convicción que admite a la investigación científica como un proceso que va más allá de la simple recolección de datos y la organización de información. Investigar para hacer ciencia, aceptando la diversidad, es también crecer como persona desde la inherente y particular manera como observamos, descubrimos, entendemos, toleramos, aprendemos, sistematizamos, describimos y explicamos.

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